No nació en Puente Alto, pero adoptó estas tierras para hacerle frente a las desgracias con un espíritu admirable. Su hija estuvo postrada, a su hijo le diagnosticaron retraso mental y ella estuvo al borde de la muerte y le amputaron dos dedos de los pies. ¿Se dio por vencida? No, salió de todas y contraatacó dando vida a la Fundación Namasté, que atiende gratuitamente a personas postradas y capacita a su entorno.
Su historia tiene párrafos tan complicados que la sonrisa que dibuja parece un imposible. Pero a Ana Marambio eso de que “lo que no te mata te hace más fuerte” le queda perfecto. Su vida ha estado plagada de dificultades, pero en vez de lamentarse, la oriunda del sur de Chile y puentealtina por adopción, optó por dar la lucha. “He salido de tantas desgracias que hoy lucho por enseñar a luchar”, dice quién hoy transformó los problemas en servicio público.
Claro, porque Ana dio vida a la Fundación Namasté, que atiende gratuitamente a quienes lo necesitan y no tienen los recursos.”Es un centro de rehabilitación para daño neurológico y motor. Es para la gente que está postrada, con heridas y que, dada su precaria situación económica, no cuenta con nadie que lo trate. Nosotros damos capacitación cómo cuidar a esos enfermos y entregamos incluso los materiales”, cuenta.
Lo que hizo decidirse a Ana Marambio por ayudar fue una serie de eventos desafortunados. Sólo lea algunas de estos párrafos y sabrá del espíritu de superación que le estamos hablando.
Su hijo como primer paciente. “En el 2001 mi tercer hijo nace con retardo mental. Dudé de las terapias de los hospitales. Una mamá en Dinamarca trató a su hijo con una terapia de aceite de oliva y él tuvo un 75% de recuperación. Le metí aceite en las comidas y el año antepasado -mientras el médico dijo que aprendería a leer a los 20 años- lo dieron de alta del colegio especial al que iba a sus 13 años. Me dijeron que no tiene retardo mental. Ahora va a un colegio normal. Aprendió a leer, escribir y maneja plata”
La desgracia de su hija Ana. “El 2008 en el colegio mi hija Ana le dio un ataque de asma y llegó al hospital con tres ataques cerebrales. Quedó con todo su cuerpo postrado e inmovilizado. Tenía que buscar una solución y me puse a estudiar los alimentos industrializados y los transgénicos y le cambié la alimentación. ¿Resultado? Ella está sana. Fueron cuatro años duros: vivía con ella en la playa, aceites, sal de mar y también la llevaba a la nieve. La conectaba a la naturaleza”.
Su batalla personal. “Termino con lo de mi hija en diciembre del año pasado y a las dos semanas caigo yo por una septicemia. Estaba en silla de ruedas, con pañales y con mis hijos atendiéndome. Me apuntaron dos dedos del pie. Llegue a mi casa en silla de ruedas hasta que decidí pararme. Aún me sangran los pies mientras camino y, pese a eso, seguiré luchando”.